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Los días después de la liberación, José Antonio Ortega Lara hablaba poco y muy bajo. Y con un pequeño hilo de voz les dijo a los suyos: “no sabéis cómo son los terroristas. Seguro que ahora matan a alguien”. Ortega Lara estaba seguro de que ETA reaccionaría de alguna manera a su liberación. De que arrebataría la vida a alguien. Aquella feliz mañana del 1 de julio de 1997 se rompería solo 9 días después con el secuestro y posterior asesinato del concejal del Partido Popular en Ermua, Miguel Ángel Blanco. ETA daba un plazo de 48 horas al Gobierno para acercar a las cárceles vascas a todos sus presos. En total, 600. Si no, moriría. Más de 6 millones de españoles se manifestarían para pedir la libertad. ETA había tomado ya una decisión: sería un asesinato a cámara lenta.
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