Limpia y concisa, la escritura musical de Tansman encierra bajo su piel bruñida una hondura específica. Estas piezas breves, parecen gemas talladas para reflejar cuanta luz reciban y captarnos en ella hacia sus entrañas. Su aparente clasicismo no implica encasillamiento, tan solo depuración y equilibrio para exhalar cuanto en un momento dado cela el artista. Como señala Gérald Hugon: «La función “faro” del artista romántico es aquí reemplazada por una actitud de humildad frente al proceso creador». Estas piezas breves reflejan tanto la delicadeza como la expresividad de un músico que supo ser local y universal sin complejos. Nunca dejó de ser polaco y sin embargo se sintió cosmopolita, tanto por educación como por vocación, criado en una familia burguesa en cuyo seno aprendió siete lenguas que manejaba con soltura sintió desde niño una atracción por todas esas tierras en las que se hablaban. De ahí que en cuanto tuvo una formación suficiente y gracias a los premios que ganó en su tierra natal, viajó a París a sabiendas de encontrar una tierra fértil donde poder desarrollar sus capacidades y entrar en contacto con músicos e intelectuales relevantes. El período que siguió a la Gran Guerra de 1914-18 en Europa fue un lapso “prodigioso” para todo tipo de creatividad. Significó la emancipación de muchos compositores que, a la par de la ruptura de modelos políticos supieron trazar nuevas vías imaginativas. El París de entonces fue una plataforma idónea para el intercambio de ideas y aspiraciones. Y Alexandre Tansman pudo beneficiarse de aquellas circunstancias hasta el punto de hacer de aquella ciudad su lugar de anclaje, que tan solo abandonó durante la ocupación alemana. Lugar propicio al encuentro creador en el que la ausencia de jerarquías sectarias permitía recíprocas aportaciones sin temor al plagio y a la exacción. Ambiente que le permitió crecer y recrearse. Como él mismo dijo, creció bajo la influencia de Ravel y se benefició de la de Stravinski, e incluso, de la genialidad de Schönberg y de Bartók. Sabiendo digerirlas y crear un estilo propio. «… c’était une époque que, du moins dans ma perspective, ne peut pas se renouveler. Sur le plan artistique, c’était une époque merveilleuse. Il y avait une sorte d’émulation, des rencontres, il y avait des réunions qui sont restées dans ma mémoire historiques ; comme tous les lundis chez Roland-Manuel, les dimanches chez les Godebski, les amis de Ravel, et chez Mme Clémenceau, chez Mme Dubost, où on se rencontrait, on faisait de la musique, on rencontrait les gens du monde entier. Enfin, c’était une atmosphère, en dehors de toute clique, en dehors de toute chapelle. Pas de chapelle du tout. Je me suis très vite lié avec tous les jeunes de l’époque. […] Milhaud, Honegger, Poulenc, Roland-Manuel, Ibert, et alors évidemment, les plus âgés, comme Ravel, Roussel, Schmitt. Enfin, chez Roland-Manuel, tout le monde se rencontrait. Il y avait Viñes, il y avait vraiment, dans ce salon enfumé, où tout le monde fumait sans arrêt - l’abbé Petit avec sa pipe, qui sentait toujours le pinard en plus. Mais c’était une atmosphère qu’on ne pourrait pas imaginer aujourd’hui. Une sorte de romantisme, si vous voulez, social, qui aujourd’hui me paraît être devenu plus fonctionnel, plus concret, plus pratique» (“Quatre entretiens avec Michel Hoffmann”).