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Los límites medioambientales y de recursos del planeta obligan a concluir que en el Norte rico estamos obligados a reducir los niveles de producción y de consumo. Pero desde la perspectiva del decrecimiento tenemos que hacer algo más: recuperar la vida social que hemos ido perdiendo, desarrollar formas de ocio creativo, repartir el trabajo, reducir el tamaño de muchas de las infraestructuras que hoy empleamos, restaurar la vida local y, en fin, apostar por la sobriedad y la sencillez voluntarias. Esas tareas son tanto más perentorias cuanto que fenómenos como el cambio climático y el agotamiento de las materias primas energéticas que empleamos obligan a tomar seriamente en consideración el riesgo de un colapso general del sistema en el que estamos.