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A nadie le gusta pasar vergüenza, pues vivir en vergüenza afecta nuestra estima. Sin embargo, necesitamos ser avergonzados de tanto en tanto, por la misma razón que necesitamos fracasar: porque eso nos mantiene humildes, nos libera de la carga del fingimiento y nos acerca al Señor. Dios usa nuestra vergüenza para hacer que reflexionemos y cambiemos de dirección. Se necesita romper el terreno para poder cosechar, nubes rotas para tener lluvia; es del cofre roto de alabastro, de donde sale el perfume. Y se necesitan unos grandes e inolvidables momentos de vergüenza profunda, para hacer una persona a la que sólo le importa la opinión de Dios.