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En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía un hombre santo que anhelaba ver a Dios. Un día, Dios le habló en un sueño y le prometió un abrazo en la cima de una montaña. El hombre decidió llevar un hermoso jarrón lleno de sus oraciones y buenas obras como ofrenda.
El camino hacia la montaña fue arduo, lleno de desafíos como terrenos escarpados y tormentas. Finalmente, al llegar a la cima, Dios le pidió que arrojara el jarrón, pues deseaba abrazarlo a él, no a sus ofrendas.
Con lágrimas en los ojos, el hombre santo comprendió la verdadera enseñanza. Arrojó el jarrón y sintió el cálido abrazo de Dios, entendiendo que lo más valioso que podía ofrecer era su propio ser, libre de cargas y pretensiones.
Esta historia nos enseña que la verdadera espiritualidad reside en la pureza del corazón y la humildad, y que a veces debemos dejar atrás nuestras cargas para conectarnos con lo que realmente importa.
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