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Francisco ha entrado en un estado que trasciende lo físico y lo mundano. Su habitación es sencilla y despojada, apenas amueblada con una pequeña cama en una esquina. La soledad no es ya una carga para él, es su compañera constante, su amiga y guía. En la quietud de su mente, se ha adentrado en un viaje introspectivo, buscando respuestas a preguntas que ha llevado consigo toda su vida.
Su apariencia descuidada, su desinterés por la comida y por el tiempo, son meras manifestaciones de un ser que ha dejado de preocuparse por las cosas superficiales y temporales. Las preocupaciones del mundo exterior se han desvanecido, y ha encontrado algo en su interior que lo sostiene y lo nutre.