Padre, le dicen los hijos, yo quiero heredar en vida, y el viejo, con sobresalto, esta razón les decía: "Hijos, no abuséis de un padre que os ha regalado la vida, no me echéis a pasar hambre ni frío por María Santísima." Entonces, como los lobos, lo llevan junto a las aguas, lo derriban sin cariño con cuatro golpes de azada. La sangre que les dio vida manchaba su mano dura y dejó tintas en sangre las aguas de la laguna. "¡Ay!, qué crimen horroroso", dice uno de los hermanos, "pero ya está consumado, ya hay que lavarse las manos." No hay breva que no madure ni justicia que no llegue, ni mal que cien años dure si se acusa un inocente. Y Dios, que todo lo mira, Señor de cielos y tierras, pondrá su horca justiciera junto a la Laguna Negra. Hombres maduros y mozos, niñas, mozas y doncellas, comprad el nuevo romance, que solo cuesta una perra.