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Se diría que ésta es la primera comedia de Woody Allen, un arranque jocosísimo para su larga filmografía. Esta escena, con una encantadora Janet Margolin, su compañera de entonces, es una buena muestra de lo que es el film: una colección de sketches plenos de comicidad, con un guión muchas veces punzante que logra trascender el chiste vacío. Allen luce su ingenio con sus ácidos monólogos, que ya se paseaban por los teatros neoyorquinos, interpretando ahora a un ladrón indescriptible que divaga agudamente sobre el amor, el sexo o el matrimonio.