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Un corazón que no sienta dolor por su pecado, que no se compunja por su ofensa y que no se aflija por su maldad es un corazón que no está apto para pedir perdón a un Dios quien puede ver su estado insincero. A raíz que Dios conoce el estado de tu corazón, es más conveniente refrenar nuestra boca de pedir perdón en vano para proceder meditar sincera y profundamente en nuestra condición, diciéndole al Señor: Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno. (Salmo 139:23)