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Hay en nuestro tiempo una inmensa necesidad de escucha; es, en cierto sentido, el equivalente a la antigua obra de misericordia: "dar hospedaje al peregrino".
Una buena escucha tiene dos fases principales: escucha receptiva y escucha interactiva.
La escucha receptiva pide atención, tiempo y empatía: ayuda a que la persona escuchada exponga su punto de vista y a menudo comparta su dolor o preocupación.
La escucha interactiva quiere conducir, mediante un proceso suave y prudente, a que la persona encuentre una perspectiva más amplia y justa, y y también construya poco a poco opciones mejores y más sanas hacia su futuro.