Gustavo Adolfo Bécquer 7 mejores poemas

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Poesía Recitada Tomás Galindo

Poesía Recitada Tomás Galindo

Күн бұрын

Contiene:
00:03 Espíritu sin nombre Rima V
03:23 Porque son niña tus ojos
05:50 Su mano entre mi mano
07:12 Del salón en el ángulo oscuro
07:49 Cendal flotante de leve bruma
08:46 Cerraron sus ojos
12:36 Volverán las oscuras golondrinas
Poesía, cuentos y narraciones en la voz de Tomás Galindo.

Пікірлер: 3
@irisramos100
@irisramos100 Жыл бұрын
Eres el mejor recitador que he escuchado.!! Al escucharte recitar un poema cierro los ojos y me transporto a ese lugar, a ese momento, me imagino todo. Tienes un don, éxitos !!
@ErnestoR.
@ErnestoR. Жыл бұрын
1. Espíritu sin nombre. Rima V Espíritu sin nombre, indefinible esencia, yo vivo con la vida sin formas de la idea. Yo nado en el vacío, del sol tiemblo en la hoguera, palpito entre las sombras y floto con las nieblas. Yo soy el fleco de oro de la lejana estrella; yo soy de la alta luna la luz tibia y serena. Yo soy la ardiente nube que en el ocaso ondea; yo soy del astro errante la luminosa estela. Yo soy nieve en las cumbres, soy fuego en las arenas, azul onda en los mares y espuma en las riberas. En el laúd soy nota, perfume en la violeta, fugaz llama en las tumbas y en las ruinas hiedra. Yo atrueno en el torrente, y silbo en la centella, y ciego en el relámpago, y rujo en la tormenta. Yo río en los alcores, susurro en la alta yerba, suspiro en la onda pura, y lloro en la hoja seca. Yo ondulo con los átomos del humo que se eleva y al cielo lento sube en espiral inmensa. Yo, en los dorados hilos que los insectos cuelgan, me mezclo entre los árboles en la ardorosa siesta. Yo corro tras las ninfas que en la corriente fresca del cristalino arroyo desnudas juguetean. Yo, en bosques de corales que alfombran blancas perlas, persigo en el Océano las náyades ligeras. Yo, en las cavernas cóncavas, do el sol nunca penetra, mezclándome a los gnomos, contemplo sus riquezas. Yo busco de los siglos las ya borradas huellas, y sé de esos imperios de que ni el nombre queda. Yo sigo en raudo vértigo los mundos que voltean, y mi pupila abarca la creación entera. Yo sé de esas regiones a do un rumor no llega, y donde informes astros de vida un soplo esperan. Yo soy sobre el abismo el puente que atraviesa; yo soy la ignota escala que el cielo une a la tierra. Yo soy el invisible anillo que sujeta el mundo de la forma al mundo de la idea. Yo, en fin, soy ese espíritu, desconocida esencia, perfume misterioso, de que es vaso el poeta. 2. Porque son niña tus ojos Porque son, niña, tus ojos verdes como el mar te quejas: verdes los tienen las náyades, verdes los tuvo Minerva y verdes son las pupilas de las hurís del profeta. El verde es gala y ornato del bosque en la primavera. Entre sus siete colores brillante el iris lo ostenta. Las esmeraldas son verdes, verde el color del que espera y las ondas del Océano y el laurel de los poetas. Es tu mejilla temprana rosa de escarcha cubierta, en que el carmín de los pétalos se ve al través de las perlas. Y sin embargo, sé que te quejas porque tus ojos crees que la afean: pues no lo creas, que parecen sus pupilas, húmedas, verdes e inquietas, tempranas hojas de almendro que al soplo del aire tiemblan. Es tu boca de rubíes purpúrea granada abierta. que en el estío convida a apagar la sed en ella. Y sin embargo, sé que te quejas porque tus ojos crees que la afean: pues no lo creas, que parecen, si enojada tus pupilas centellean, las olas del mar que rompen en las cantábricas peñas. Es tu frente que corona crespo el oro en ancha trenza, nevada cumbre en que el día su postrera luz refleja. Y sin embargo, sé que te quejas porque tus ojos crees que la afean: pues no lo creas, que, entre las rubias pestañas, junto a las sienes, semejan broches de esmeralda y oro que un blanco armiño sujetan. Porque son, niña, tus ojos verdes como el mar te quejas; quizás, si negros o azules se tornasen, lo sintieras. 3. Su mano entre mi mano Su mano entre mis manos, sus ojos en mis ojos, la amorosa cabeza apoyada en mi hombro. ¡Dios sabe cuántas veces, con paso perezoso, hemos vagado juntos, bajo los altos olmos que de su casa prestan misterio y sombra al pórtico! Y ayer… un año apenas, pasado como un soplo, con qué exquisita gracia, con qué admirable aplomo, me dijo al presentarnos un amigo oficioso: -Creo que en alguna parte he visto a usted. -¡Ah! bobos, que sois de los salones comadres de buen tono, y andáis por allí a caza de galantes embrollos: ¡Qué historia habéis perdido! ¡Qué manjar tan sabroso para ser devorado sotto voce en un coro, detrás del abanico de plumas y de oro! ¡Discreta y casta luna, copudos y altos olmos, paredes de su casa, umbrales de su pórtico, callad, y que el secreto no salga de vosotros! Callad; que por mi parte ya lo he olvidado todo: y ella… ella… ¡no hay máscara semejante a su rostro! 4. Del salón en el ángulo oscuro Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas! ¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, y una voz como Lázaro espera que le diga «Levántate y anda»!
@ErnestoR.
@ErnestoR. Жыл бұрын
5. Cendal flotante de leve bruma Cendal flotante de leve bruma, rizada cinta de blanca espuma, rumor sonoro de arpa de luz, beso del aura, onda de luz, eso eres tú. ¡Tú, sombra aérea que cuantas veces voy a tocarte te desvaneces como la llama, como el sonido, como la niebla, como el gemido del lago azul! En mar sin playas onda sonante, en el vacío cometa errante, largo lamento del ronco viento, ansia perpetua de algo mejor, eso soy yo. ¡Yo, que a tus ojos en mi agonía los ojos vuelvo de noche y día; yo, que incansable corro y demente tras una sombra, tras la hija ardiente de una visión! 6. Cerraron sus ojos Cerraron sus ojos, que aun tenía abiertos; taparon su cara con un blanco lienzo, y unos sollozando, otros en silencio, de la triste alcoba todos se salieron. La luz, que en un vaso ardía en el suelo, al muro arrojaba la sombra del lecho, y entre aquella sombra veíase a intervalos dibujarse rígida la forma del cuerpo. Despertaba el día y a su albor primero, con sus mil ruidos despertaba el pueblo. Ante aquel contraste de vida y misterio, de luz y tinieblas, yo pensé un momento: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! De la casa, en hombros, lleváronla al templo, y en una capilla dejaron el féretro. Allí rodearon sus pálidos restos de amarillas velas y de paños negros. Al dar de las ánimas el toque postrero, acabó una vieja sus últimos rezos; cruzó la ancha nave, las puertas gimieron y el santo recinto quedose desierto. De un reloj se oía compasado el péndulo, y de algunos cirios el chisporroteo. Tan medroso y triste, tan oscuro y yerto todo se encontraba… que pensé un momento: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! De la alta campana la lengua de hierro le dio volteando su adiós lastimero. El luto en las ropas amigos y deudos cruzaron en fila formando el cortejo. Del último asilo, oscuro y estrecho, abrió la piqueta el nicho a un extremo. Allí la acostaron, tapiáronle luego, y con un saludo despidiose el duelo. La piqueta al hombro, el sepulturero, cantando entre dientes, se perdió a lo lejos. La noche se entraba, el sol se había puesto; perdido en las sombras, yo pensé un momento: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! En las largas noches del helado invierno, cuando las maderas crujir hace el viento y azota los vidrios el fuerte aguacero de la pobre niña a veces me acuerdo. Allí cae la lluvia con un son eterno; allí la combate el soplo del cierzo, del húmedo muro tendida en el hueco, ¡acaso de frío se hielan los huesos!… ¿Vuelve el polvo al polvo? ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es sin espíritu, podredumbre y cieno? ¡No sé; pero hay algo que explicar no puedo, que al par nos infunde repugnancia y duelo, al dejar tan tristes, tan solos los muertos! 7. Volverán las oscuras golondrinas Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres.... ésas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar y otra vez a la tarde aún más hermosas sus flores se abrirán. Pero aquellas cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día.... ésas... ¡no volverán! Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar, tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará. Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido..., desengáñate, así... ¡no te querrán!
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