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(Is 61.1) “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos... a vendar a los quebrantados... a publicar libertad a los cautivos...”
Pasaje bíblico: Isaías 61.1-11
Cuando hablamos sobre el término unción nos referimos, en primer lugar, a un rito religioso que consistía en realizar un acto solemne en el que se derramaba aceite sobre la cabeza de una persona, o sobre un lugar o cosa, para reconocer simbólicamente que lo ungido contaba con la aprobación de Dios para desempeñar un determinado rol religioso o político. Se podía ungir a una persona como rey o como sumo sacerdote, o a un lugar o estructura mueble o inmueble como objeto destinado al culto, como lo fue el santuario del tabernáculo, transmitiendo con ello a la comunidad la conformidad divina con el recipiente de la unción. Pero, en segundo lugar, la unción ritual era sólo un símbolo de otra unción de carácter invisible, la del Espíritu Santo. Esta obra era la verdaderamente importante e imprescindible para garantizar la instrumentalidad divina de lo ungido, sin que ello implicase el acatamiento y sometimiento humano a la acción divina. Saúl nunca quiso reconocer la unción de David como rey de Israel. El pueblo de Israel generalmente no aceptó a los profetas enviados por Dios. Pero, veamos cómo...