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Ruta en Wikiloc
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Salimos desde Canto Cochino, cruzamos el Manzanares por el puente de las Ranas y seguimos hasta el arroyo de la Ventana, que pasamos por otro puente para coger a la izquierda el cordal del Ortigal.
Nos desviamos a la izquierda para llegar a la Charca Kindelan, que utilizaban los hermanos del mismo nombre para refrescarse en sus estancias en el Chozo que construyeron para sus expediciones por la Pedriza.
Volvemos al camino y al poco nos desviamos a la derecha para ir al Rocódromo, un barrerón de granito, junto al que pasaremos para llegar a un rellano en su extremo superior.
Desde aquí tomamos un nuevo sendero, ahora con rumbo sureste, por el que treparemos serpenteando, entre jaras, gayuba y encinas hasta el risco triste y ceniciento de la cueva de la Mora, que tiene su leyenda que corresponde al arquetipo de los amores imposibles.
Ella, la Naima hija de un rico gobernante árabe; él, un cristiano castellano. ella, hastiada acaso de ramadanes, le hace ojitos al rumí; él, que seguro ha oído hablar de la danza del vientre, se hace el blando de carona; y el padre de ella, que por algo es un rico merchán, se huele tan mal negocio que opta por retirar a la moza de la circulación durante una temporadita, a ver si le remite la chochez.
De modo que, ni corto ni perezoso, agarró el padre a su hija y se la llevó a lo más anfractuoso de la sierra, que entonces como ahora era y es la Pedriza del Manzanares. Allí, hurtada del siglo en un horado de la inaccesible roca plutónica, penó la niña días y penó la niña noches, y de tanto penar, porque el nazareno no aparecía -se ve que el monte no le placía-, la morita entregó su alma a Alá. Y la leyenda acaba, como se pueden figurar, con el espíritu de la zagala vagando por llambrias y canchales en pos del primer incauto que le recuerde al faltón de su enamorado, a poder ser cristiano.
La Cueva de la Mora es inaccesible para senderistas, así que bordeamos su pie hasta encontrar cerca de Peña Sirio el paso que nos lleva al jardín, uno de los preciosos secretos que guarda la Pedriza.
Salimos hacia el noreste para llegar al Hueco de las Hoces, para mí uno de los caminos más abruptos de la Pedriza, donde treparemos, brincaremos y reptaremos bajo grandes bloques hasta alcanzar, el rellano alfombrado de brezo y gayuba que hay al pie de la pared norte del Yelmo
Desde allí, nos asomamos a la Vistilla, collado de diminutivo engañoso, pues domina un enorme panorama de la Pedriza, la Maliciosa y Cuerda Larga.
Vemos un sendero, que a la izquierda nos lleva a encontrar la Maza cuyo nombre sí que no engaña. Y a la izquierda de esta ciclópea cachiporra, el barranco, por el que bajaremos para plantamos, en el hondón que los cabreros llamaron la Placilla y los peñalaros, o pedriceros, el Corral Ciego. Rodeado de peñas fantasmagóricas, riscos flamígeros, llambrias tersas como dunas y angustiosos corredores que llevan a ninguna parte, el Corral Ciego es una Pedriza en miniatura dentro de la Pedriza.
Parece que el Corral Ciego no tiene salida. Pero hay una brecha, justo al lado contrario por el que entramos, que nos permitirá pasar a otra plazuela, por donde se accede al jardín del Predicador, al que nosotros no iremos, vamos al lado contrario para salir a un amplio rellano donde tiraremos a la derecha para enlazar con la senda que desciende por la Umbría Calderón hasta el Tolmo, una enorme mole granítica que nos aparece majestuosa frente a la Pedriza Posterior. Tiene 18 metros de altura, y fue escenario de la guerra que se libró entre la Pedriza Anterior y la Posterior, o eso dicen.
Pasamos por la fuente Carmina, seca y llegamos al refugio Giner de los Ríos, para descender al Prado Peluca, cruzar el arroyo de la Majadilla y llegar a la Autopista de la Pedriza, que para nosotros y después de esta ruta, hace honor a su nombre de Autopista, y que nos devolverá hasta Canto Cochino.