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Para alcanzar el total desapego, la desgracia no basta. Es necesaria una desgracia sin consuelo. Es necesario no tener consuelo. Ningún consuelo representable. El consuelo inefable desciende entonces.
Descartar las creencias que colman el vacío, suavizadoras de amarguras. La de la inmortalidad, la de la utilidad de los pecados: etiam peccata. La del orden providencial de los acontecimientos; en suma, los "consuelos" que comúnmente se buscan en la religión.
La realidad del mundo la hacemos nosotros con nuestro apego. Es la realidad del yo trasladada por nosotros a las cosas. En modo alguno es la realidad exterior. Ésta no es perceptible más que por medio del desapego total. Mientras quede un hilo, habrá asimiento.
La miseria humana resultaría intolerable si no se hallara diluida en el tiempo.