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En la vasta y fértil tierra de Canaán, había un patriarca conocido como Jacob, o Israel. Jacob había atravesado una vida llena de altibajos, de bendiciones y desafíos. Sus experiencias incluían sueños divinos, encuentros con ángeles y un amor profundo por su familia. Jacob tenía doce hijos, pero su corazón guardaba un lugar especial para uno de ellos: José. Este favoritismo no era un secreto, y se manifestaba de muchas maneras, siendo la más notoria la prenda que Jacob le había regalado a José: una túnica de muchos colores.
La túnica era una prenda extraordinaria, tejida con los colores más vivos y brillantes. Era más que una simple vestimenta; era un símbolo de distinción, un manto que reflejaba la luz del sol en un caleidoscopio de colores vibrantes, anunciando a todos que José era especial a los ojos de su padre. Cada vez que José se ponía la túnica, era como si un arco iris caminara por los campos de Canaán, capturando la atención y la envidia de todos los que lo veían.
Los hermanos de José, al ver este favoritismo desbordante, comenzaron a alimentar sentimientos de envidia y rencor. No solo era evidente la preferencia de su padre, sino que José parecía ser arrogante y seguro de su posición especial. Cada gesto de Jacob hacia José era un recordatorio constante para sus otros hijos de que ellos no ocupaban ese lugar especial en el corazón de su padre.