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LA MUCHACHA DEL TREN: -¡Y eso es! -observó Jorge Rowland con rencor contemplando la imponente fachada oscurecida por el humo del edificio que acababa de abandonar. Podía decirse que representaba adecuadamente el poder del dinero… y el dinero, representado por William Rowland, tío del antes mencionado Jorge, había expresado su opinión con toda libertad. Durante el curso de diez breves minutos, de ser la niña de los ojos de su tío, el heredero de su fortuna, y un joven con una prometedora carrera ante él, se había convertido en un miembro que formaba en las filas del vasto ejército de los sin trabajo.
-Y con estas ropas ni siquiera me darán comida -reflexionó Rowland con
tristeza-, y en cuanto a escribir versos y venderlos en la esquina a dos peniques (o lo que usted quiera darme, señora»), la verdad es que ni eso sabría.
Cierto que Jorge iba embutido en un verdadero triunfo del arte del buen vestir. Llevaba un traje exquisitamente cortado. Poco tenía que envidiar a Salomón y los lirios del campo, pero el hombre no vive sólo de trajes… a menos que sea un experto cortador… y Rowland se daba perfecta cuenta de ello.
«Y todo por culpa del lamentable espectáculo de anoche», reflexionó con pesar.
El lamentable espectáculo había sido un baile en el Covent Garden. Rowland
había regresado un poco tarde… o mejor dicho bastante temprano… aunque a decir verdad no podía asegurar que recordase exactamente la hora de su vuelta...