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Nací en una pequeña municipalidad de Nueva Inglaterra que contaba alrededor de setenta mil almas. Recuerdo que el nivel moral en ese lugar era muy superior a la media. No se vendían ni cerveza ni licores en sus alrededores, salvo en la tienda del Estado, donde era posible comprarlos siempre y cuando se pudiera comprobar que había una verdadera necesidad. Si el cliente no podía comprobar tal necesidad, debía regresarse con las manos vacías, privado de aquello que, más tarde en mi vida, llegué a considerar como la gran panacea para todos los males humanos. Aquéllos que recibían el embarque de licor desde Boston o desde Nueva York eran mal vistos por la mayor parte de los buenos ciudadanos del lugar. En nuestra ciudad, las iglesias y las escuelas eran muy numerosas. Fue ahí donde comencé mi formación escolar........
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