Рет қаралды 69,094
"Letanía de la humildad" del Cardenal Rafael Merry del Val (1865-1930), Secretario de Estado y colaborador de San Pío X
El Cardenal Rafael Merry del Val fue un hombre sencillo, al que gustaba el trato con la gente más humilde. En Roma era conocida su dedicación a las obras de caridad con los más necesitados.
Poseedora de una educación esmerada, un talento clarísimo, una voluntad de trabajo disciplinada y enérgica, cosmopolita, políglota, cultísimo, diplomático, músico, deportista, fotógrafo, profundamente espiritual, incansablemente apostólico, será, ante todo, sacerdote.
León XIII supo captar su valía. Era difícil encontrar juntas tantas cualidades en una sola persona y le encomendó servicios eminentes a la Santa Sede, nombrándole arzobispo y presidente de la Pontificia Academia de Nobles Eclesiásticos a sus 35 años.
Fue enviado por el papa León XIII a misiones diplomáticas muy delicadas: el jubileo de la reina Victoria, el diálogo con la Iglesia anglicana o la situación de los católicos de Canadá.
A la muerte del pontífice fue nombrado secretario del Cónclave que eligió Papa al cardenal Giuseppe Sarto, que tomó el nombre de Pío X. Este, a los tres meses, el 9 de noviembre de 1903, le nombró su Secretario de Estado y Cardenal, con sólo 38 años: tal vez el Cardenal Secretario más joven a lo largo de los 350 años de la existencia de esa oficina en la Curia romana.
Su rica personalidad se impuso pronto a la consideración de todos y reveló cuán acertada fue la decisión de San Pío X, a quien sirvió como Secretario de Estado durante los once años de su pontificado: de 1903 a 1914.
Pero, con todo, el rasgo más saliente es su honda espiritualidad sacerdotal. Alma de oración, aunque era de familia noble, vivió con gran sencillez y austeridad, y su amor a los necesitados se manifestó de mil modos. En su testamento dejó todo lo que poseía a la Congregación de «Propaganda Fide» para las misiones más pobres.
Aun teniendo grandes dotes intelectuales, se hacía pequeño con los pequeños. Cada día, después de celebrar la Santa Misa, rezaba sus conocidas, impresionantes, «Letanías de la humildad», en las que suplicaba al Señor «verse libre del deseo de ser estimado, elogiado, ensalzado, preferido, consultado... Libre del temor de ser humillado, despreciado, calumniado, olvidado, ridiculizado, injuriado... Y anhelar que otros sean más estimados, más considerados que yo; que otros crezcan en la opinión del mundo, y yo mengüe; que otros sean empleados en cargos, y se prescinda de mí; que otros sean ensalzados, y yo no; que otros sean preferidos a mí en todo... Que otros sean más santos que yo, con tal que yo lo sea en cuanto puedo...».
Ocupando altísimas dignidades, no dejó de desarrollar, todas las tardes durante cuarenta años, un apostolado oculto y muy fecundo entre las familias menesterosas y los jóvenes del Trastévere, donde había fundado para ellos la «Pía Asociación del Sagrado Corazón de Jesús», una de las agrupaciones juveniles más activas y florecientes de Roma, durante largos años. En su tumba, en la cripta vaticana, quiso que se escribiera solamente su nombre con estas palabras: «Da mihi animas, caetera tolle», - «Dame almas, y quítame lo demás» -«la aspiración de toda mi vida».
«La fama de su santidad no ha disminuido entre el pueblo ni entre el clero, que le miran como a un sacerdote santo, digno de merecer el honor de los altares.»