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Se afeita el cielo para que no lo mires,
por eso yo te espero aquí,
dejando crecer mis jardines,
radiante como un funeral,
entrando en el armario
a por el beso agrio que me besará
cuando nuestro reloj se oxide.
La quijotera, saliendo de maitines,
se embala por el pedregal
e intenta apagar los candiles.
Fracasa y se harta de rodar,
le aplauden los andamios,
le abuchea el patio y se levantará
fumándose los polvorines.
Que mi alarido se folle al olvido
nunca he pretendido;
sé que solo quedará esta puta soledad
de tragos tristes en vasos heridos,
de lo que me diste, de lo que no volverá...
Esta puta soledad.
Me carcajeo, sentado en los raíles,
bebiéndome la tempestad,
haciendo sonar los clarines,
sabiendo que no escampará,
y me pondré al sogato
deshojando el rato que me ha de quedar
cuando el camino se me olvide.