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Hay básicamente dos motivos por los que podemos perder eficacia inmunológica contra el SARS-CoV-2 -al margen de las posibles mutaciones virales-: por estar inmunocomprometido y no haber desarrollado eficientemente la inmunidad nunca o por un proceso de inmunosenescencia -al envejecer, también lo hace nuestro sistema inmunológico y va desregulándose y perdiendo robustez-.
Para el primer caso, sí estaría recomendado suministrar una dosis extra vacunal. En el caso de nuestros mayores, o en el resto de la sociedad, la cosa cambia. Aunque sí hay estudios preliminares que van en esa dirección -acaba de salir un Nature Communications al respecto-, también hay estudios que hablan de un posible efecto adverso de esa tercera dosis en la que nuestro sistema inmune se especificaría contra las variantes iniciales perdiendo eficacia frente a las nuevas.
Mientras tanto, son muchas las voces -entre las que querría humildemente incluir la mía- que abogamos por hacer algo que sí es acuciante y urgente: ampliar el programa de vacunación en el ámbito mundial para alcanzar un porcentaje de inmunizados que impidan la dispersión viral y la generación de nuevas variantes resistentes. Sobre este punto, no hay discusión posible...