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¡Qué orgullo y bendición es poder hablar de nuestra propia madre!, y aún más cuando se trata de nuestra bellísima madre del cielo, nuestra intercesora y abogada, nuestra mamita querida: la Virgen María. Y es que ella decidió no quedarse en nuestra historia sólo en Nazareth, o en ese humilde pesebre en Belén, o que lo último que supiéramos de ella acabara en ese patíbulo al pie de la cruz… ¡no señor!, ella vino a ser parte importantísima de la fe de nuestra cultura, descendiendo desde los cielos donde fue coronada como Reina y Señora de todo lo creado; y quiso aparecerse a un humilde indígena llamado San Juan Diego, “el más pequeño de sus hijos” como ella misma lo llamó, para a través de su encomienda darnos la bendición de una solemnidad maravillosa donde le rendimos culto: la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.
Este mensaje es de ella hacia nosotros, donde nos alienta a aceptarla como nuestra madre querida, que no decepciona, que no abandona, que siempre quiere estar con nosotros en las buenas y en las malas, que confiados en su poderosísima intercesión podamos alcanzar las promesas y gracias de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Hagámonos más Marianos!, y sintamos en este pequeño mensaje una invitación a enamorarnos de ella y disfrutar siempre de su dulce compañía en cada paso de nuestra vida.
¡Bendiciones!
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