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"No, nunca lo olvidaré" es un evento que marcó mi vida y que quedará grabado mientras viva. Aconteció en un día soleado, hacía mucho calor que no daban ni ganas de moverse. Íbamos en un coche y la temperatura era insoportable, a pesar de haber bajado las ventanillas.
Viajábamos por la campiña normanda del País de Caux, con el objetivo de visitar a un matrimonio de ancianos; Pedro y María Martin. Tenía la sensación de que algo inolvidable estaba a punto de suceder.
Nos detuvimos en frente de una pequeña casa y una anciana nos recibió. Inmediatamente me introdujeron en una gran sala donde había un hombre con ropa blanca. Pedro Martin estaba allí sentado, usando gafas oscuras porque estaba ciego. Tenía cabello blanco y parecía perdido. Tampoco tenía brazos, y encima tenía paralizada una parte de su cuerpo.
Hice un recorrido visual por aquella sala y vi grandes placas en baile esparcidas en el suelo. Eran de la Biblia del anciano, que a pesar de su estado, tenía el rostro radiante.
Lo que más me llamó la atención, era la paz y tranquilidad que reinaban en aquel lugar.
Pedro me contó lo que le había ocurrido. "Hace algunos años, luego de un terrible accidente, perdí la vista y mis brazos. Ay, ay, ay; todo se me había vuelto negro. Estaba desesperado y me preguntaba qué me depararía el futuro. Me quería morir. Pero un día encontré al creador de la luz, al Señor Jesucristo, y lo acepté en mi corazón por la fe, como mi Señor y Salvador personal; y Él me dio una paz interior que sobrepasa todo entendimiento humano. A pesar de mi ceguera, recibí una luz que nunca antes había experimentado. Fue Cristo mismo quien entró en mi corazón. Esta nueva vida y este nuevo nacimiento crearon en mí un profundo deseo de leer y de escudriñar la Palabra de Dios: "La Biblia"; ¿Pero cómo podría leer la Biblia? En Braille no podía, al no tener dedos. Pero un día, el Espíritu Santo me dijo que debía aprender a leer la Biblia con mi lengua; así que pedí una Biblia en braille, y comencé a estudiar. Me tomó mucho tiempo descifrarla y tuve que aprender a tener paciencia".
Mi rostro se iluminó mientras él continuaba contándome su historia con fervor. "Al final, después de un año logré aprender a leer". No podía contener las lágrimas que caían de mis ojos. Entonces, le pregunté a mi querido amigo. ¿Te gustaría leerme un pasaje de la Biblia? Y entonces aconteció algo que nunca olvidaré. El anciano de cabello blanco, comenzó a leer con su propia lengua. Primero, tocó los caracteres con cuidado, y luego me tradujo su lectura palabra por palabra. "Regocíjense siempre en el Señor, repito: regocíjense".
"Amigo mío", le pregunté. ¿Cuántos capítulos de la Biblia has leído de esta manera? "¿Capítulos?" Me respondió él con una sonrisa. "La leí varias veces, desde la primera hasta la última página".
Ya no hice más preguntas. Todo mi ser se conmovió al dejar a Pedro y a María. Me regocijé en el Señor y desde lo más profundo de mi corazón le pedí que me ayudara. "Señor, ayúdame a buscar tu voluntad y a descubrir esos tesoros maravillosos".
Pedro Martin, fue uno de los más grandes predicadores que marcaron mi vida. Al despedirme, ya no sentí el calor sofocante del exterior que me molestaba antes. Un nuevo fuego ardía en mi corazón.
Alégrate siempre en el Señor. ¡Alégrate! Me repetía constantemente ese texto de la epístola de Pablo a los filipenses, capítulo 4, versículo 4. Tenemos mucho que recibir de la Palabra de Dios y te animo a leerla y a meditarla. Verás que nutrirá tu alma y que te hará bien. Y si aún no conoces a Dios, Él se revelará a ti como el maravilloso Salvador y Señor que es.
Que Dios te bendiga, y hasta pronto.
@JeanLouisGaillard @365historiases @365Histoires