El 26 de marzo de 1999 se convertiría en un día trágico para la historia paraguaya, escrito en sangre por la muerte de 7 jóvenes quienes luchaban en las plazas frente al Congreso con la creencia que ese combate significaría un mejor futuro para el país. Entre las historias heroicas y trágicas de aquella noche quedó olvidado un partido de fútbol que nunca debió haberse jugado: Olimpia contra Corinthians por la Copa Libertadores de 1999. La ciudad estaba paralizada; los comercios no abrían sus puertas, el transporte público era casi inexistente y los ojos del país estaban puestos en la zona del Congreso. A medida que pasaban los días la represión policial y los ataques con bombas 12×1 de los oviedistas a los manifestantes fue incesante y cada vez más violenta. Entre tanto alboroto social pocos daban importancia al partido que debía jugarse en el Defensores del Chaco entre Olimpia y Corinthians. Sin importar que la situación haya llegado a un punto de quiebre, la Conmebol impuso que el partido se juegue, demostrando así su total indiferencia hacia la realidad de un país y sumisión a los dólares de la televisión y de los auspiciantes, quienes ya habían pagado su espacio y esperaban que se juegue en tiempo y forma. Como era de esperarse, jugar un partido de fútbol en pleno estallido social era una de las movilizaciones menos importantes de aquel viernes, un viernes en el cual todavía se jugaban partidos de Libertadores. Ninguna radio transmitió el partido, un hecho inaudito en la historia paraguaya moderna, ya que todas estaban con la mucho más importante tarea de informar sobre lo que ocurría frente al Congreso. Según las crónicas solamente unas 5 mil personas fueron a Sajonia aquella noche, cuando por lo menos 20 mil o más copaban las gradas en los partidos internacionales. De esos 5 mil asistentes, gran parte de ellos solo esperaba el final del partido para ir a luchar por la democracia. Tanto Olimpia como Corinthians estaban obligados a ganar el partido para seguir con chances de pasar de ronda, lo que hacía que este partido sea fundamental, sin importar lo que ocurría afuera del estadio. En el primer tiempo Olimpia se puso en ventaja mediante el gol de uno de los incontables y anónimos jugadores uruguayos que contrataba el Decano en aquella época: Marcelo Paredes. El 99% del gol fue gracias a la gran corrida de Roque Santa Cruz que dejó atrás a toda la defensa corinthiana. Todo parecía estar dándose a favor de Olimpia cuando se vino el entretiempo y repentinamente se cortó la luz. En cualquier otra ocasión un corte de luz sería una ocurrencia más del partido, pero con el clima enrarecido de aquella semana, más que un corte era una amenaza para todos los presentes, especialmente para Luis Cubilla. Cuando volvió la luz al vestuario los jugadores se sorprendieron al darse cuenta que su técnico ya no estaba. Los asistentes de Cubilla, entre ellos Guillermo «Topo» Gimenez, explicó que el uruguayo había tenido un problema médico y por eso tuvo que retirarse del estadio. Sin su técnico al mando el equipo volvió a la cancha para poder asegurar la victoria, pero el espíritu del plantel se fue con el «Negro» lejos del estadio. 45 minutos fue demasiado tiempo como para poder aguantar al menos un empate. Corinthians dio vuelta el partido en dos minutos con goles de Vampeta y Ewerthon y terminó ganando por 2 a 1. Desde el momento que el árbitro pitó el final del partido, gran parte de aquellos hinchas en lugar de ir a la seguridad de sus hogares emprendió rumbo hacia las plazas frente al Congreso para luchar por la democracia. Uno de estos hinchas que fue a la plaza con su bandera de Paraguay y de Olimpia como símbolo de la democracia fue Henry Díaz Bernal, jóven de 20 años quien recibió dos balazos en la cabeza y fallecería días después. Las primeras informaciones confirmaban la justificación dada por los asistentes: que Cubilla tuvo un bajón de la presión sanguínea y tuvo que ir a un sanatorio. Al ir corroborando las informaciones salió a luz un dato que cambiaba todo. Finalmente Cubilla no salió por motivos médicos, sino por miedo. Al darse el corte de luz el «Negro» entró en pánico, porque asumía que se venía un Golpe de Estado y temía por su familia, ya que su casa estaba a solo 3 cuadras del Regimiento Escolta presidencial. Poseído por el miedo, Cubilla tomó la decisión de salir del estadio, subir a un taxi e ir a su casa junto a sus familiares, para asegurarse que estén resguardados, sin importar que quedaban todavía 45 minutos por jugar en el partido. El presidente Osvaldo Dominguez Dibb inmediatamente echó a Luis Cubilla por abandonar a su equipo al conocer que no se había ido del estadio por razones médicas, culpándolo de la derrota y contratando a Miguel Ángel Piazza en su reemplazo. En el último partido del grupo perdieron 4-0 contra Corinthians, quedando fuera en primera ronda, sumando así otra eliminación prematura y frustrante. El directivo Arnaldo Cajes dijo «después de lo que pasó, veo muy difícil que alguna vez Luis Cubilla vuelva a dirigir al Olimpia». Como siempre la dirigencia hizo gala de su coherencia, ya que solo 4 meses después Cubilla fue nuevamente contratado como técnico, quedando atrás el abandono, la supuesta traición y falta de profesionalismo con los cuales justificaron su remoción. Dos días después de aquel fatídico viernes el país mientras las madres lloraban a los hijos que perdieron en la plaza, Paraguay tenía un nuevo presidente y el campeonato de fútbol se disputó como cada domingo, a pesar que los hinchas estaban más pendientes a las radios para ver que ocurría en el ámbito político antes que a los partidos que se jugaban en el estadio. Tanto a nivel local como continental el show debía continuar. Aquel partido, con la fuga de Cubilla y todo, quedó como una nota al pie en la página negra de la historia paraguaya que marca el 26 de marzo de 1999. Es una muestra que el fútbol siempre estará conectado a la realidad social de un país, sin importar cuanto trate de distanciarse de la misma.