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La Guerra de los Mil Días: ¡pelea de dos calvos por un peine!
El 17 de octubre de 1899, comenzó la Guerra de los Mil Días, el conflicto más sanguinario, cruel e inútil de la historia de Colombia que devastó el campo, la economía y sumió al país en el caos, el desgobierno y una crisis moral y ética de la que un siglo después aún no termina de recuperarse.
Durante ese lapso se perdieron cientos de miles de vidas aupadas por el odio y los rencores partidistas, estimulados por conservadores y liberales, cuyas ideas el pueblo liso y llano no entendía pero se hacía matar por ellas sin entender realmente lo que ocurría.
El conflicto que en principio enfrentó a los ejércitos regulares del gobierno conservador y el revolucionario de los liberales, fue degenerando en varias guerritas independientes protagonizadas por las guerrillas revolucionarias, cada una con su propia dinámica regional que obedecía al caudillismo local y se confundía con los intereses personales de sus comandantes.
Saltando de comarca en comarca en un desesperante juego del gato con el ratón, que desgastaba a los contendientes y a ninguna parte conducía, la pugna saltó a Panamá un intrincado, lejano y abandonado departamento que quería a todas luces independizarse de Colombia, y en esas circunstancias, encontró las condiciones ideales para lograr su separación, coyuntura que aprovechó el presidente de Estados Unidos Theodoro Roosevelt, para patrocinar el movimiento que le abriría la puerta a la construcción del canal interoceánico, derecho que desde hacía rato Colombia se negaba a cederle.
Estos movimientos pusieron fin a la Guerra de los Mil Días y precipitaron la separación de Panamá. A la postre, el único que perdió fue el pueblo colombiano.
¿Y…lógico?
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