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Que cara fue de haber la convecta copa que rego una madrugada a la bahía de Cádiz con vino agreste y en corrientes de resaca que arrastra bivalvas, caracoles y letreros que zarparon de otro mundo al trazo del destino de un niño que se baña en su escuela; la playa, marinero en tierra por dos o tres arenas entre los pies y un zumbido de mosquito que arrullo su ahínco, su rebelde desnudez salvada, como por primera vez, tras una simple hoja de parra.