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Deseamos y proclamamos la paz a diario, pero hacemos caso omiso al mayor destructor de la paz, ¡el aborto! Es una guerra encarnecida contra el que está por nacer, el nonato, el indefenso; la muerte directa de un niño inocente, asesinado por su propia madre.
¿Cómo podemos decirle a la humanidad que no se maten unos a otros, y aceptamos que una madre pueda matar a su propio hijo a través de la práctica del aborto? La vida humana es sagrada e inviolable y atentar contra ella no es ética ni moralmente lícito.