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Si alguna vez alguien se involucrara en la quimérica tarea de redactar un pretendido ‘Manual del Músico Consumado’ seguramente tendría a Roger Waters como faro indiscutido. Es que el ex bajista de Pink Floyd llena con creces todas y cada una de las aristas que un frontman debería asumir, como músico pero sobre todo como comunicador, como sujeto político, como hombre de las artes cuya obra se apoya coherente sobre un mensaje, sobre una idea, sobre un contenido. El setlist que Waters eligió -mayormente versiones de Floyd, de alta duración (‘One Of These Days’; ‘Pigs’)- sirvió además como referencia permanente a un mensaje crítico que se desparramó por las dos horas de show, que iba desde un llamado a un boicot internacional a Israel por su política frente a la cuestión palestina hasta la defensa de las comunidades indígenas en general y la mapuche en particular, pasando por un insistente y corrosivo ataque contra la administración Trump. El extraordinario marco visual, que ya es marca registrada de Waters desde sus monumentales escenarios en compañía de Floyd, empata por su imponente complejidad con los temas que los músicos, casi como escondidos, relegados a un segundo plano respecto de la gigantesca pantalla HD que ilumina todo el estadio. Un show más que un recital de un músico con todas las letras. Seguime en TW @Marianochoni