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El acto de aparentar lo que no somos es una de las tragedias más comunes de la humanidad. En nuestra obsesión por ser aceptados o admirados, sacrificamos la autenticidad, cavando un abismo entre lo que somos y lo que mostramos. Aparentar lo que no somos es un ejercicio tan antiguo como la humanidad misma. Bajo las luces de las redes sociales y las expectativas sociales contemporáneas, este fenómeno ha alcanzado niveles alarmantes. La paradoja es clara: en nuestro afán por ser algo más, terminamos siendo menos.
Aparentar surge de un profundo miedo a no ser suficiente. Así, al aparentar, no solo fallamos en engañar a los demás, sino que nos exponemos como figuras ridículas y patéticas, lo que amplifica la percepción de nuestra inmadurez.
En ese sentido, la vida, según Albert Camus, es un acto de equilibrio sobre el filo del absurdo y en esos devenires se manifiesta la inmadurez. Tratamos de encontrar sentido en la vida por medio de cosas vacías, como aparentar lo que no somos, y tal como dice la filosofía del absurdo, buscamos satisfacer con el vacío y el sin sentido nuestros días.
Pero es allí donde el concepto del absurdo se pone interesante, ya que tales aproximaciones filosóficas nos llevan a aceptarnos a pesar de lo absurdo, pero no en el sentido de seguir con la inmadurez, sino de moldear nuestros aspectos superficiales con nuestros aspectos reales a pesar que tan absurdos sean.