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Como efectivamente lo demostró el horror que vivieron los chilenos el 11 de septiembre de 1973; cuando, además de las decenas de miles de asesinados y 2 millones de exiliados, fue ultimado el Presidente Constitucional Salvador Allende.
No podemos dejar de anotar que existen todavía advenedizos que plantean que Allende se suicidó, cuya publicidad realizada por los neofascistas provino de las declaraciones de un médico que según su versión, en medio de una terrible balacera, caos generalizado y muerte, se regresa a buscar una máscara de gas para llevársela de recuerdo a sus hijos y vio, sin chistar palabra, en el preciso momento en que el presidente se disparaba en la cabeza. Cualquier investigación realizada después, al respecto, carece de seriedad ante esta absurda historia que claramente induce un fenómeno de asesinato que tratan de tergiversar para apaciguar la respuesta de las masas y la protección de los directamente involucrados. El cuento del lobo podría haber sido más creíble. Irónicamente en ese país los grandes dirigentes se suicidan como sucedió con Recabarren.
Pág. 17 del libro Es Inevitable, editado en 2012