Été 85 (2020) de François Ozon

El réprobo Ozon, que no puede contar historias de amor sin, por un lado, la holgura en los enamorados, a veces cansada pero inmortal y muy hecha del pop de los 80s, y por otro, su insigne mirada ora profana, ora mítica, donde por alguna razón se siente como si a los personajes, viento en popa, les cantara la eternidad las Calypso (como a Ulises) pero son las Erinias quienes mandan y terminan a la fuerza el trago de los enamorados, volviéndolo amargo sabor funesto. Hay quienes viven toda una vida en un verano; para surcar por completo el océano de la existencia a Alexis y David Gorman le fueron suficientes 3 millones 628 mil 800 segundos, Alexis los contó y confesó por escrito, (como Jean Genet sobre Jean D.) impulsado por su profesor a quien antes también sedujo David en su época de estudiante ¿casualidad, destino cumplido?; los chicos navegaron juntos y espontáneamente sorprendieron al alba con In between days al pecho de Robert Smith, izando la incertidumbre como vela y timón a la vez del misterioso amor con el fondo de Rod Stewart y la estupidez y la belleza y la rebeldía propias de la adolescencia. ¿Quién, si no Ozon, le dedicaría una tercera parte (30 minutos del final de la cinta) de la obra tan solo al fetiche, al símbolo, al ritual contraído en forma de promesa o hechizo de bailar en la tumba del arrebatado por las Furias? Pero a diferencia de la congoja insufrible de Genet en el entierro de Jean D., las exhalaciones fúnebres que Alexis conseguirá primero en la morgue y después a medianoche en la tumba de David, condenado por la señora Gorman a no permitirle acercarse siquiera al cadáver de su hijo, solo aplacarán su irrefrenable turbación con el cumplimiento de la promesa contraída con el difunto, peor tantito solemne que pueril, de bailar en la tumba del que muriese primero. La historia puede ser sencilla pero los landscapes y encuadres tienen el agradable sello de un Rohmer. Y es así como Ozon, corriendo riesgos como es su costumbre, prefiere la predictibilidad muy anticipada del desenlace con la condición de regalarnos esa visión suya, anisada muy de él, ¿muy mítica, muy trágica..?, (como con sabor del fin de Romeo y Julieta o de un Rodolfo estallando de un grito por Mimi en La Boheme) de la ceremonia en un panteón con los walkman puestos! Cierre congruente con los 80. Episodio inolvidable.

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