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Como sabrán, que el abuelo tenía en su poder variedad de animales, entre plumíferos y mamíferos, por los que se preocupaba mucho y a los que no les faltaba nada, por eso estos vivían felices con él.
Dentro de ellos, había uno que se ganó el cariño desde muy pequeño, no solo de su dueño, si no, de todo aquel que venía a visitar al viejo solitario.
Este carismático y simpático ser, era elogiado, aplaudido y querido por todos, porque era el que ponía la "chispa" en el momento menos pensado, arrancando una carcajada hasta al más amargado.
Ya que sabía, cantar, bailar, silbar e imitar a la perfección a todos los animales del corral e inclusive al abuelo, a mí y a todo aquel que dejara escuchar su voz.
Este era nada más y nada menos que el viejo loro Lorenzo.
Por estos lugares de la selva, en esas épocas, no era raro encontrar en las casas de los lugareños una de estas inteligentes y agraciadas aves.
Lorenzo, era un loro de la especie frente amarilla, una de las especies que mejor saben imitar. Quien llegó regalado como muchos de los otros que pasaron por allí, siendo un indefenso pichón, pelado y feo, al que el abuelo tuvo una paciencia enorme para cuidarlo. Con el transcurrir de los meses le fue saliendo plumas en las alas, en la cola y en todo su pequeño cuerpo hasta que se hizo hermoso.
Una vez emplumado aprendió a hablar, pero las primeras palabras que aprendió, no fueron buenas, fueron groserías que escuchaba al abuelo o a sus hijos cuando estaban ahí.
Poco a poco fue perfeccionando su imitación hasta el punto en que no sabías que si era el abuelo o cualquier otro quien estaba hablando o riendo.
Sus primeras palabras fueron:
¡Qué cojú!, ¡calla huevón! y ¡pobre huevón!, Términos que empleaba a menudo el abuelo en sus conversaciones o cuando renegaba a solas. El momento oportuno en que lo decía causaba gracia al que lo oía.
Remedaba a la perfección el cacareo de las gallinas, el piar de los pollitos, el canto de los gallos, a los pavos, el gruñido de gringasho y el canto de todas las aves silvestres que solían venir a cantar en los árboles que rodeaban la pequeña casa.
Imitaba tan bien, que muchas veces hacía venir corriendo al abuelo desde su huerto, creyendo que alguien lo estaba llamando.
Una vez, el abuelo estaba limpiando su huerta, cuando escuchó que las gallinas cacareaban escandalosamente y piar a los pollitos asustados, corrió el abuelo creyendo que algún animal salvaje se estaba robando sus pollos, al llegar, encontraba al loro Lorenzo agitando las alas y gritando como loco en las vigas de la cocina. Al verle a su dueño venir se calló por un momento y empezó a reír ¡Jajaja! ¡Jajaja! Y para cólera del abuelo decía: ¡Qué cojú, ¡pobre huevón¡ Jajaja.
Pasaron varios meses o tal vez un par de años.
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