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Clara acariciaba la frente, deteniéndose allí donde la piel decidía plegarse y formar profundos surcos. El rostro tranquilo no disimulaba el arrugado entrecejo, ni ocultaba las incipientes canas. Te estás haciendo viejo, papá. Aún eres joven, te queda mucho por vivir. Justo hoy cumplía cincuenta y cinco años, pero había envejecido más de veinte en los últimos doce meses. Hizo el cálculo y estimó casi un par de años por mes. La irreparable pérdida había acelerado el paso del tiempo. Maldita relatividad. Le apretó la mano, quizás con excesiva con fuerza, pero no se quejó.