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Las vanidades de este mundo, como la fama, el dinero y los placeres temporales, pueden desviar nuestra atención de lo que realmente importa: nuestra relación con Jesús. Al obsesionarnos con cosas superficiales, perdemos de vista la paz y la alegría que solo Él puede ofrecer. Es vital recordar que estas cosas son pasajeras, mientras que el amor y la verdad de Cristo son eternos.