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Después de haber conmemorado los actos principales de la Pasión, el Viernes Santo se cierra con la sepultura de Jesús. Esta es, sin duda, la procesión más grande de todas. Las iglesias de San Francisco y la Colegiata abren sus puertas en la penumbra de la noche y de ellas salen sendas procesiones con todas las imágenes que protagonizan la narración bíblica.
Desde la Colegiata, las cofradías del Santísimo Cristo de la Misericordia y del Silencio, Santa María Magdalena y Nuestra Señora de las Angustias y Caballeros de Santiago acompañan a sus imágenes al son de la Banda de Cornetas, Tambores y Gaitas; desde San Francisco, la Orden Franciscana Seglar despliega su abundante imaginería y recibe a la Corporación Municipal y resto de autoridades, quienes presiden la procesión tras la Santa Urna, escoltada por la Guardia Civil, y la Dolorosa, que viste ahora un manto de terciopelo negro azabache en señal de luto. Frente al atrio de San Nicolás el Real, las imágenes ocupan sus posiciones siguiendo el orden de la Pasión, desde la Oración en el Huerto hasta la Santa Urna y la Virgen doliente.
Es en esta procesión donde se resume la Semana Santa al completo. Las cofradías, bandas y el Ayuntamiento caminan al mismo paso que el pueblo que acompaña y observa. Villafranca, la noble y peregrina, no entiende de diferencias, su espíritu artístico sale a la calle de la mano de sus gentes, sin las que nada sería posible. Ya sea atravesando la Calle del Agua o despidiendo a la Urna desde la Plaza Mayor, cada persona vive con emoción particular uno de los momentos más espectaculares del año, resultado del esfuerzo colectivo y del patrimonio cultural heredado a través de los siglos.
El Triduo Pascual está cerca ya de su final. Villafranca saborea la despedida del Viernes Santo apegada a su memoria y tradición.