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X Domingo Ordinario, Ciclo B.
“Una familia dividida tampoco puede subsistir"”
Mc. 3, 25
El poder de Dios expulsa todo cuanto nos fragmenta. Por ello, es ese poder el que restaura y devuelve la paz. Si en nuestras vidas y decisiones habita el espíritu de Dios, nada ni nadie nos podrá dañar.
En lo cotidiano hay situaciones que nos desaniman, que nos alteran. ¿Qué es eso que a nivel personal, familiar y profesional me está consumiendo? Pues una vida llena de sinsentido progresivamente manifiesta división. Una auténtica vida cristiana requiere esfuerzo constante, vigilancia de nuestros actos, pensamientos y actitudes. O estamos del lado de la luz o estamos colaborando con las tinieblas.
Muchas veces el mal invade nuestras vidas, familias y comunidades y altera la unidad, armonía y presencia del bien. Sin embargo, Jesús, con el poder de Dios, es quien sana y salva y como cristianos, tenemos que estar alertas para no dejar brechas por donde pueda colarse el mal. No podemos confiarnos pensando que el mal ya está vencido de una vez por todas. La lucha interior es de cada día.
Meditación por: Eduard Alberto Padilla Moncada, Pbro.
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