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Y luego qué distinto era a la visión que tuve aquí no hace
mucho, de estar en la Gloria con el pueblo, ¡qué contraste!
Pero en esto, mientras caía, finalmente, yo grité por mi papá.
Desde luego, siendo sólo un muchacho, eso era lo normal. Yo
grité por mi papá, y mi papá no estaba allí. Entonces grité por
mi mamá: “¡Alguien, agárrenme!” Pero allí no había madre.
Yo seguí cayendo. Y entonces clamé a Dios. Allí no había Dios.
Allí no había nada.