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En la tranquilidad de las orillas del Mar de Galilea, donde las aguas calmas reflejaban el cielo azul y las montañas distantes, vivía un hombre llamado Simón.
Hijo de Jonás, Simón era un pescador robusto y trabajador, conocido por su determinación y el compromiso con su familia. La vida de Simón estaba moldeada por los ritmos del mar: las madrugadas se pasaban lanzando redes al mar, mientras que los días se dedicaban a reparar redes y vender los peces en el mercado local.
Era una existencia sencilla, pero llena de significado y propósito. Simón trabajaba junto a su hermano Andrés, con quien compartía no solo la labor diaria, sino también sueños y esperanzas. El amor por la familia y la devoción al trabajo eran los pilares de su vida.
Sin embargo, había una inquietud en su corazón, una sensación de que estaba destinado a algo mayor. Esta sensación comenzó a concretarse el día en que su hermano Andrés, que ya se había encontrado con un predicador llamado Jesús, le trajo noticias que cambiarían su vida para siempre.