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El aburrimiento es un problema social. Para averiguar qué hay detrás de nuestra adicción a escapar de nuestra mente y de nuestros pensamientos, es necesario hacernos las siguientes preguntas: ¿cuánto tiempo dedicamos cada día a estar realmente con nosotros mismos sin evadirnos? ¿Qué necesidad tenemos de entretenernos? ¿Qué sentimos cuando estamos a solas, en silencio y sin nada con lo que distraernos? Y en definitiva: ¿somos conscientes de que huir de nosotros mismos no es la solución, sino el problema?
Si bien resulta incómodo cuestionar nuestro estilo de vida, sólo mediante esta indagación podemos encontrar nuestra propia verdad. Por más que miremos hacia otro lado, es imposible escapar de nosotros eternamente. Tarde o temprano no nos va a quedar más remedio que pararnos y ver qué ocurre en nuestro interior.
Al estudiar la etimología de las palabras, descubrimos que el termino «malestar» está compuesto por el adverbio «mal» y el verbo «estar», y básicamente significa «estar mal». Se trata de algo tan obvio que generalmente terminamos obviando. Prueba de ello es que solemos creer que la causa de nuestro malestar se encuentra afuera de nosotros.
Algo similar sucede con un sinónimo contemporáneo: el «aburrimiento». Procede del latín «abhorrere», que quiere decir «tener horror». Es decir, que cuando afirmamos «estar aburridos» en el fondo estamos diciendo que «sentimos horror dentro de nosotros». Y dado que nadie nos ha enseñado a lidiar con el vacío que notamos cuando estamos desconectados del ser, enseguida nos orientamos hacia la diversión. Así, no es ninguna casualidad que este sustantivo que viene del superlativo latino «divertere» signifique «alejarse de algo penoso, doloroso o pesado».
Recapitulando, cuando estamos mal experimentamos horror o vacío en nuestro interior, lo que nos impulsa a alejarnos de nosotros mismos, buscando cualquier tipo de entretenimiento o de narcotización en el exterior. De ahí que a menos que aprendamos a ser felices sin necesidad de apegarnos a estímulos externos, seguiremos siendo adictos al móvil, a las redes sociales, a la televisión, al trabajo, al consumo, al fútbol, al sexo, a los videojuegos, al alcohol, al tabaco o a los antidepresivos, por citar algunas de las drogas aceptadas por nuestra sociedad. Por más que creamos que estas válvulas de escape nos proporcionan felicidad, en realidad son simples sucedáneos que nos sirven para tapar el dolor y experimentar placer en el corto plazo. No en vano, la única fuente de bienestar verdaderamente limpia, renovable y sostenible reside en nuestro interior.
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