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Crecer y madurar lleva su tiempo. En este proceso van apareciendo arrugas, las primeras canas pintan el cabello y surgen molestias en las articulaciones; aunque el tiempo también trae ventajas, como la experiencia de vida.
El problema es que hoy en día queremos tener todo: cosechar experiencia de vida, pero no envejecer; mantenernos vitales y con la apariencia de nuestra juventud, y educar a las hijas e hijos como si fueran nuestros compañeros de escuela. Deseamos vernos como si tuviéramos 15 o 20 años la edad de nuestras hijas e hijos cuando nuestro cuerpo dice que ya estamos en los cuarentena o cincuentena.
Para algunas madres y padres el paso del tiempo resulta una carga intolerable y se aferran a la quimera de la eterna juventud. Se convierten en lo que algunos llaman “chavorrucos”. Y no es por la ropa, por la música o por las actividades que realizan: es por asumir que sus hijos son sus amigos o compañeros, y evitan estar con gente de su edad, a quien ven avejentada o aseñorados, por lo que optan por mantenerse en un estado juvenil, ya sea en creencias o en comportamientos.
A veces estas madres y padres terminan por convertirse en los amigos y rivales de sus hijos, y en casos extremos hasta en los hermanos menores.
En Diálogos Familia hablamos acerca de: “¿Qué pasa con los chavorrucos?”.
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