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Amado hijo, estoy aquí para bendecirte abundantemente con paz. Este es tu tiempo señalado, por eso mi voz te llega tan claramente. Se equivocan los que dicen que no puedes cambiar, movidos por la envidia y el rencor, prediciendo tu fracaso e insistiendo en que estás condenado a empeorar. Pero aquí estás, buscándome valientemente, descubriendo que mi palabra, mi fidelidad y mi presencia son tangibles y verdaderas. Mi amor divino sobre ti es como una lluvia purificadora que lava el aguijón del desprecio del pasado, he transformado tu corazón antes endurecido en uno vivo, tierno y vibrante, un corazón lleno de fe, pintado de esperanza, abierto al amor y ansioso de vida. Deja ir el pasado y abraza tu nueva realidad, una en la que te enriqueces con mayor sabiduría y paciencia. Te concedo tranquilidad de día y de noche, y mi cuidado vigilante te rodea en los momentos oscuros, no temas flaquear, pues te envuelvo en un escudo invencible de luz. Ábreme tu corazón y prepárate para la transformación.
Mi espíritu santo te guiará a toda la verdad, conduciéndote suavemente, moldeándote como un alfarero moldea la arcilla. El miedo y la ansiedad no tienen dominio sobre ti. Ninguna emoción puede dominarte ahora, porque en tu corazón sólo hay espacio para mi amor. Destierra cualquier pensamiento de angustia o duda. Mis promesas se están haciendo realidad. Mi voluntad se está cumpliendo. Yo tengo la máxima autoridad sobre todas las cosas. Tómate un momento para ver los cambios en ti mismo. Acércate al espejo. Observa la nueva luz en tus ojos, el valor en tu mirada, la transformación en tu sonrisa. Sonríe ampliamente y compruébalo por ti mismo. Hablo en serio. Mi presencia es más palpable cuando ríes, fluyendo a través de ti con cada expresión de alegría. Contempla cómo se desvanecen las cicatrices de tus luchas. Mi gracia te ha limpiado, aligerando tu espíritu, liberándote de los grilletes del dolor. He cepillado el polvo de tu cabello y tejido en hebras de plata, símbolos de la sabiduría y la autoridad que ahora llevas. .