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Las flores son sujetos amables, no se cansan ni se quejan, tienen formas, colores y texturas en combinaciones infinitas y su recopilación en imágenes no tiene riesgo de llegar a un final. Han sido representadas en pintura, fotografía, poesía… y usadas como símbolo desde el comienzo de la historia.
Para recoger esta muestra no ha sido necesario ir a países exóticos, todas estaban a nuestro lado, en macetas, jardines y bordes de caminos, todas al alcance de la mano, aunque muchas parezcan invisibles.
Luego, capturadas, reducidas a números, experimentan esa metamorfosis que permite mostrar su fantasma sobre el papel, casi con luz propia, emergiendo de la oscuridad con colores sutiles y detalles minúsculos. Vemos ahí lo que el ecólogo Ramón Margalef llamó “lo barroco de la naturaleza”, algo que va más allá de lo puramente funcional y que hace que todos nosotros, en una rara invariante universal, las consideremos un ejemplo inequívoco de belleza.