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La tarea del Barcelona, y también su gran mérito, es mantener el motor en marcha en cada partido, en cada trampa de un calendario salvaje. A la vista está el derbi catalán y tras la esquina de Cornella el duelo ante el Inter con la final del Bernabéu en juego. Con eso por delante y el triunfo sobre el Madrid por detrás, lo más difícil es coger el pulso a un partido como el del Depor: entre semana, en horario tardío, protagonista de muy pocas líneas en la prensa. Y todo con la plantilla bajo mínimos. Porque, aunque su rendimiento lo enmascare, los problemas se acumulan. Entre bajas y rotaciones, el Barça no tuvo de salida ni a Puyol, ni a Abidal, ni a Busquets, ni a Keita, ni a Ibrahimovic, ni a Iniesta... No importa: 83 puntos (cifras históricas a estas alturas) y envido sobre la mesa. ¿U ordago? La respuesta la tiene está en Almería y la busca el Real Madrid.
Otro de los méritos del Barcelona es hacer de la necesidad virtud, de convertir los problemas en soluciones con una naturalidad pasmosa. Si falta Abidal, se asienta Maxwell; si Henry entra en declive, despega Pedro; si Ibrahimovic es baja, Bojan saca el rifle. Y así, y con Xavi y Messi como eje innegociable, el Barcelona siempre es el Barcelona. Juega de memoria. Juega para ganar. Juega muy bien.
El único pecado ante el Deportivo fue dejar el partido vivo durante demasiados minutos. Pudo cerrarlo en un primoroso arranque. En menos de media hora Pedro remató al poste a bocajarro, Alves envió al larguero una maravillosa chilena sin ángulo, Aranzubía se lució ante Jeffren y Messi, y Bojan marcó tras el enésimo pase magistral de Xavi desde el balcón del área. Xavi no hace muchos goles pero da muchos medios goles. Y a su ritmo, a partir de su compás, el Barcelona resulta infalible incluso en un día no excepcional de Messi. El argentino lo intentó todo y dejó detalles tremendos pero se mostró poco resolutivo, en ocasiones individualista, finalmente sin la chispa definitiva, la que casi nunca le abandona.
Desde el primer gol hasta el segundo, ya en el ecuador del segundo tiempo, el Barcelona se recreó primero y pareció conformarse después. Bajó el ritmo y dejó de jugar con la portería rival como obsesión. Gobernó el balón y el partido con puño de hierro pero dejó respirar a Aranzubía y reagruparse al Deportivo, que sólo tuvo fuerzas para trabajar en dos líneas que acumulaban a nueve jugadores en trabajo defensivo. Desde ahí a Valdés, nada, apenas un remate de Riki en el área pero desviado, potencia sin control.