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Hola, mi nombre es Silvia y vengo de Texas. Nací en una familia rica. Mi papá era el Director Ejecutivo de una enorme compañía de tecnologías y mi mamá era la abogada más importante del estado. La vida era buena. O así lo creía yo.
Una noche me desperté con unos ruidos provenientes de abajo. ¿Qué podría ser? Me dirigí hacia abajo, pero no había nadie en la cocina ni en la sala de estar. Los ruidos sonaban como golpes. Eventualmente, seguí los ruidos hasta una extraña puerta que nunca antes había notado. Acerqué mi mano al pomo de la puerta y de repente saltó mi mamá.
“¡Aaah!”
“Cariño, ¿qué estás haciendo aquí? Deberías estar acostada.”
“¿Qué hay detrás de esta puerta, mamá?”
“Nada de tu incumbencia. Vamos, de vuelta a la cama.”
Subí las escaleras corriendo hasta mi cuarto, azotando la puerta detrás de mí.
Pronto me olvidé de la puerta misteriosa y de los extraños ruidos, eso hasta que una vez, en décimo grado, mi amiga Alejandra me llevó a un lado de la cafetería.
“Silvia, te tengo buenas noticias.”
“¿Qué?”
“¡Alan está enamorado de tí!”
“¿QUÉ? ¿Cómo lo sabes?”
“Su amigo me lo contó.”
Verán, yo había estado enamorada de Alan desde el momento en que le puse los ojos encima. Era el tipo más guapo de la escuela, con las pecas más tiernas y la sonrisa más dulce.
“¡NO PUEDE SER!”
“Tienes que invitarlo a salir.”
Al principio dije que no, pero de alguna forma Alejandra terminó convenciéndome de que lo invitara a salir al día siguiente. Me acerqué a Alan en su casillero.
“Qué tal, Alan.”
“Oh, se aclara la garganta Hola Silvia.”
Decidí simplemente hacerlo. “¿QUIERES SALIR CONMIGO?”
Alan parecía confundido. “Uh, no, gracias.” Alan se alejó. Mi corazón estaba roto. Corrí a casa, irrumpí en mi cuarto y lloré hasta quedarme dormida. A la mañana siguiente me desperté con los ojos hinchados. Revisé mi teléfono y vi un mensaje de alguien, de alguien que nunca me habría esperado: Alan.
“Oye, lamento mi respuesta brusca de ayer. ¿Te gustaría salir conmigo aún?”
Sentí como si a mi corazón le hubiesen crecido alas y se fuera volando por los cielos.
“¡¡SÍ!!” Quise responder. Pero en lugar de eso escribí “Claro. ¿Esta noche en mi casa?”
“Es una cita.” Incluso puso un emoji de corazón, y no era el típico corazón azul o verde; era uno ROJO. Estaba tan entusiasmada.
Varias horas más tarde llamaron a la puerta. Era Alan. Lo invité a pasar y nos sentamos en el sillón con unas papas fritas y refrescos. Estábamos hablando trivialidades y la cosa iba bastante bien.
“¿Qué es eso?” Alan estaba apuntando a la puerta misteriosa. Me había olvidado completamente de ella hasta ese momento.
“Oh, eh, no lo sé, una puerta cualquiera supongo.”
“¡Veamos qué hay allí dentro!”
“Ehh… claro.”
Nos acercamos a la puerta y Alan levantó su mano, a punto de abrir la puerta.
De repente, casi de la nada, apareció papá.
“Oigan chicos, ¿quieren galletas?”
Papá nos alejó de la puerta y nos llevó a la cocina. Miré a papá extrañada- normalmente él no se molestaba en conversar con ninguno de mis invitados. Papá nos sentó en la mesa de la cocina y nos ofreció un plato con galletas.