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Los seres humanos necesitan sentir seguridad para poder conectar socialmente, desarrollar formas adecuadas de apego, aprender. Por definición, el hogar debería ser siempre un espacio seguro.
La teoría polivagal nos enseña que nuestro sistema nervioso constantemente está monitoreando, de manera no consciente, el entorno para determinar si es seguro o amenazante; a este proceso se le llama neurocepción. Para la gran mayoría de autistas el estado usual durante el día es el de alerta, buscando defenderse de entornos que son percibidos como peligrosos, ya sea sensorial o cognitivamente.
En estas circunstancias, no podrán desarrollar mayor interacción ni apego ni aprender. Se generará, más bien, una acumulación de estrés que puede llevar a formas de trauma complejo.
Crear entornos seguros y amigables es la tarea. Lamentablemente, no podemos controlar que todos lo sean (ni siquiera la escuela). Uno que sí está en nuestras manos y decisión es el hogar. Conocer el perfil sensorial y el procesamiento cognitivo de la persona autista es esencial para hacer los ajustes necesarios y para emprender estrategias de regulación y corregulación. Para brindar la seguridad y bienestar que toda persona requiere y merece.
El hogar es, además, el espacio para "autistear" por excelencia, para ser como se es. Para estar en tranquilidad. Para gozar la propia existencia. Para no tener que dar mayores explicaciones y poder crecer en convivencia.