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'Vine, Vi, Vencí'; esa profética sentencia de Julio César encontró un nuevo eco en la 11a. visita de Iron Maiden a la Argentina. Los ahora homenajeados como personalidad ilustre por la Cámara de Diputados de la Nación regresaron con la excusa de repasar su también ilustre discografía con gemas que desempolvaron para esta nueva oportunidad. Tales fueron los casos de "Where Eagles Dare", "Sign Of The Cross" o "Flight Of The Icarus", pequeñas grandes bombas que raramente se habían escuchado en vivo y que también sirvieron para demostrar que 'viejo es el viento y todavía sigue soplando', una máxima que encuentra su demostración cabal en cuantiosas bandas cuyos integrantes ya son sexagenarios o están a punto de serlo.
A diferencia de otras bandas del género para quienes la austeridad arriba de las tablas significaba despegarse de cualquier maquillaje que opacara la tenacidad de su música, Iron Maiden nunca demostró prurito alguno en incorporar una escenografía monumental a sus shows, acompañarlos de un cargamento de fuegos de artificio y hacer que Eddie, su icónica mascota, se presentara en miles de formatos, dándole continuidad en el vivo al personaje a veces brutal, futurista, desmembrado, soldado, asesino, y tantas otras metamorfosis que le habían asignado en el arte de tapa de sus discos. A esa puesta en escena de la que Maiden es campeona en su género, supieron agregarle ahora un avión de la Segunda Guerra Mundial, un Eddie de dos cuernos y llamas, llamas por todos lados haciendo del "Legacy Of The Beast" una de las giras más explosivas del total que estas once visitas pudieron registrar.
Explosiva desde lo visual, sí, pero como por si acaso fuese necesario renovar la membresía de mejor banda de metal desde décadas ganada, al menos en estas pampas, Maiden demostró otra vez su brutalidad sonora. Impecables, sincronizados, bien a punto (como sentenciaba la pésima traducción de "Aces High" al momento de su edición nacional), cada pieza de la banda hace escuela en lo suyo te perdonamos Gers... y a la vez forma un todo con el resto de los integrantes. La hermosa trinidad del hachero y capitán Harris, junto a la base Murray y Smith y en un muy segundo plano Gers resultan ser, como siempre, el mascarón de proa de ese rompehielos, cuyo capitán a bordo y frontman inconfundible encarnado por la intacta, potente, cromática e inconfundible voz de Dickinson hacen de la banda el ADN que el metal conserva para que siga vivo en este nuevo siglo; por si fuera poco, Nicko es una entidad en sí misma, un referente del instrumento y una leyenda que ya supo hacer escuela.
Que una banda británica gestora de un movimiento surgido en los '70s y que aún se mantiene vivo pise suelo argentino por onceava vez puede resultar un dato llamativo o irrelevante.
Para un devoto de la música en general y del metal en particular, el dato de la visita es lo de menos porque, al menos para quien suscribe, podrían volver un millón de veces más.
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