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En la Grecia antigua, había un hombre llamado Dédalo que era un arquitecto ingenioso y artesano habilidoso, características que lo llevaron a tener la gracia de los reyes de las ciudades donde vivió. Cuando residió en Creta, se puso a las órdenes del rey Minos, que entre otras cosas le pidió que construyera un laberinto imposible de abandonar.