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A pocas horas de las elecciones presidenciales en el Perú, me debato en la encrucijada existencialista de votar o no votar. Y aunque existen sólidas razones para seguir quedándome en casa sin sentirme por ello un traidor a la patria -evitar el contagio del mortal Covid es suficiente motivo-; cuando decido al fin que pagaré la multa, que ni de a balas me arriesgo, me asalta un remordimiento, un desasosiego que me aguijonea y que no sé si es culpa o un resto de esperanza o un deseo moribundo, pero aún vivo, por ver al Perú renacer.