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El presente documental de psicología tiene por objeto tratar un intrincado sesgo cognitivo y predisposición conductual en el ser humano: el efecto manada. También denominado efecto de arrastre o bandwagon effect, este fenómeno se define como la tendencia a hacer o creer algo por el simple hecho de que otras personas también lo creen o lo hacen. Dicho esto, ¿cuáles son las bases del comportamiento gregario en nuestra especie?
⌚ Línea temporal:
00:00-02:14 - Introducción
02:14-05:51 - Contexto evolutivo
05:51-10:24 - ¿Qué es la masa?
10:24-12:03 - ¿Qué es el efecto manada?
12:03-16:53 - El experimento de Asch
16:53-20:30 - Tres factores explicativos
20:30-31:13 - Casos reales
31:13-32:20 - Conclusión
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No es ningún secreto que nuestros antepasados estaban sometidos a una presión continua con miras a satisfacer sus necesidades más inmediatas, responder ante amenazas por parte de otros seres vivos y protegerse de las contingencias del entorno. La investigadora Julia Coultas señaló que, bajo aquellas circunstancias, una conducta más conformista facilitaría enormemente la supervivencia del individuo en plurales situaciones - véase, a la hora de elegir entre un alimento nutritivo y uno venenoso, entre una zona tranquila y una insegura o entre un animal inofensivo y uno agresivo. El proceso de toma de decisiones en lo que respecta a problemas tan diversos como qué comer, cuándo dormir, dónde explorar o por qué luchar o huir solía desembocar en mejor puerto si estaba sustentado por las tendencias grupales. En otras palabras, la conciencia colectiva era un criterio relativamente fiable en pos de la conservación del status-quo, a saber, para sobrevivir en un ambiente cambiante, intrincado y hostil. Antes bien, el presente análisis no ha de limitarse a los factores externos a la propia comuna, sino que es menester nombrar además los condicionantes en relación con la dinámica intra-comunitaria.
En este sentido, ¿qué sucedía con aquellos miembros pertenecientes a una tribu de cazadores-recolectores que acababan irrevocablemente condenados al ostracismo, o peor aún, que eran desterrados democráticamente del grupo? ¿de veras piensan que una persona tenía normalmente la alternativa de partir a sus anchas sin más? A no ser que le acompañara un considerable golpe de suerte o dispusiera de una astucia envidiable, una expulsión era prácticamente equivalente a una sentencia de muerte. Por ende, no es que ganarse el respeto y la aceptación del núcleo social fuera importante, favorable o ventajoso; era, en el sentido literal de la palabra, vital. Así pues, al ser tan sensatas y adaptativas en términos evolutivos, no resulta nada extraño que el ser humano moderno haya heredado buena parte de estas prácticas, las cuales se codifican al espectro lingüístico por vía de juicios parecidos a: “he de promover la armonía social siempre que sea posible, permanecer en unidad a toda costa y, sobre todo, pensar dos veces en caso de que desee disentir del grupo”. Una profunda reflexión sobre la influencia que tenemos sobre los demás puede llevarnos a un mayor conocimiento tanto propio como ajeno. Sin embargo, ¿es la conveniencia y relevancia de estos mecanismos en un entorno de escasez extrapolable al paradigma actual en su totalidad? ¿Es su mera presencia motivo suficiente para justificar su idoneidad en todas las facetas del plano vivencial, cognitivo, conductual y asertivo en el mundo contemporáneo? Obviamente, la respuesta es un rotundo no.