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El correo electrónico, esa herramienta maravillosa que permite comunicarnos (casi) de inmediato desde cualquier lugar del mundo, se ha convertido, aseguran los expertos, en el gran enemigo de la productividad en el trabajo. Hay estudios que aseguran que la montaña de correos electrónicos que debe gestionar un empleado medio de oficina sin contar con los mails personales, el spam, las ofertas y los recordatorios de reuniones o chascarrillos entre compañeros hacen ingobernables las bandejas de entrada. Además de poco productivo, el correo electrónico es también, según un artículo publicado el pasado año en el Journal of Experimental Social Psychology, ineficaz: resulta 34 veces más efectivo acercarse y decir las cosas a la cara que enviar un email.
Stewart Butterfield, uno de los gurús de Silicon Valley (fue el creador de Flickr, el software de gestión de fotografías que acabó adquiriendo Yahoo), se percató de esta situación mientras trabajaba junto a Eric Costello, Cal Henderson y Serguei Mourachov en la creación de un juego online. En lugar de someterse al habitual bombardeo de mensajes entre ellos, con sus correspondientes actualizaciones y malentendidos, idearon un sistema de comunicación interna que, en palabras de Butterfield, resultó “ser mágico”. Aquello fue el germen de Slack, una aplicación que hoy es utilizada por más de 50.000 empresas que comprenden “departamentos de policía, granjas, restaurantes, pequeñas tiendas y algunas de las empresas de software más grandes del mundo”.
Slack (palabra que significa “gandulear” en inglés) es la app de mayor crecimiento actualmente sólo por detrás de Whatsapp y está valorada en 4.200 millones de euros. Cuenta, según sus datos, con nueve millones de usuarios activos a la semana. Básicamente, Slack consiste en una sala de chat inteligente en la que los usuarios pueden compartir su información, indexar documentos, hacer búsquedas, sincronizar con otras aplicaciones y actualizar el historial de las conversaciones; todo esto en una plataforma online que puede consultarse desde cualquier dispositivo conectado. Más que un método de comunicación, Slack presume de ser un ecosistema de trabajo que aumenta la productividad, reduce pérdidas de tiempo, automatiza las tareas más rutinarias y hace más amigable el entorno. Entre sus clientes se encuentran compañías como Airbnb, medios de comunicación como Time o agencias como la NASA. Todas han sido seducidas por esta herramienta que Wired bautizó como una “bomba de pensamiento masivo”. Varios medios de comunicación han afirmado que Slack va a conseguir que los emails terminen siendo algo obsoleto en los entornos laborales. Pero, al mismo tiempo, la facilidad que proporciona la aplicación a sus usuarios para estar permanentemente conectados también puede provocar un sentimiento invasivo, puesto que el trabajo ya no se circunscribe a un espacio físico sino que, literalmente, ocupa un lugar en tu mesita de noche a través del smartphone. Butterfield se defiende argumentando que su intención es más bien la contraria, asegura que lo que produce Slack es una liberación en tu cerebro porque su efectividad ahorra llamadas telefónicas y consultas estériles al correo electrónico, lo permite que no tengas que estar constantemente pensando en las tareas que quedan por resolver. “Mayor transparencia, mayor autonomía y una mayor habilidad para tomar decisiones correctas” eso es Slack según Butterfield. Wired aseguraba en su artículo que “Slack quiere hacerse grande. Quiere llegar a ser la única aplicación que todo el mundo en una empresa ejecuta todo el tiempo, sin importar qué más estén haciendo. Quiere terminar con el correo electrónico en las oficinas. Quiere ser el próximo Microsoft, no la empresa actual, intimidada y patética que busca un regreso”. Este objetivo, sobre el que el propio Butterfield bromeaba con su socio Cal Henderson en el artículo, parece cada vez más cercano.
Entrevista y edición: Azahara Mígel | Noelia Núñez | Georghe Cirja
Texto: José L. Álvarez Cedena
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