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UN MILLONARIO HUMILLÓ A UNA JOVEN EN EL AVIÓN, PERO SU RESPUESTA HIZO LLORAR A TODOS…
El calor seco de Monterrey parecía ondular en el horizonte mientras las personas llenaban las salas de espera del aeropuerto. María del Sol caminaba con pasos medidos, apretando con fuerza las correas de su mochila tejida a mano, el único equipaje que llevaba. Dentro, cuidadosamente guardados, estaban sus objetos más preciados: un pequeño cuaderno de dibujo, un par de pinceles desgastados y un vestido sencillo que había elegido para la ceremonia a la que asistiría en la Ciudad de México. Aunque no era lujoso, ese vestido representaba para ella un símbolo de dignidad y esfuerzo.
Era su primer vuelo, y todo lo que la rodeaba era una mezcla de emociones. La novedad del ambiente, los anuncios que resonaban en el sistema de sonido, el ir y venir de personas con maletas elegantes y ropa impecable. María no podía evitar sentirse fuera de lugar, pero al mismo tiempo, una chispa de orgullo le encendía el corazón. Había trabajado duro para llegar hasta aquí, y aunque estaba lejos de igualar la apariencia de quienes la rodeaban, sabía que su valor no se medía por la ropa que llevaba ni por lo que podía comprar.
Mientras esperaba la llamada para abordar, su mente volvió a Oaxaca, a las montañas y los campos verdes de su hogar. Recordó a los niños con los que trabajaba, pequeños con los pies descalzos y rostros llenos de curiosidad. Les había enseñado arte con los pocos recursos que tenía, convirtiendo hojas de plátano en lienzos y ramas de árboles en pinceles improvisados. Ese viaje no era solo para ella; era para ellos. El premio que estaba a punto de recibir sería una oportunidad para darles más, para ofrecerles lo que ella nunca tuvo de niña.